Por Luis de Guerrero Osio y Rivas
De la
sabiduría ancestral, no hay refrán más famoso que el que dice que el principio
es la mitad del todo. Se atribuye a Pitágoras, seiscientos antes de Cristo. Es
retomado por Platón tres siglos después, y es ampliado por su discípulo,
Aristóteles, para decirnos que el
principio es más que la mitad del todo. Y nosotros lo comprobamos con
facilidad al resolver toda la ciencia
por medio del libro de GÉNESIS que se traduce así: ORÍGENES.
Moisés
comienza en Génesis 1:1 el currículum del Omnipotente diciéndonos que, “En el
principio Dios creó los cielos y la tierra”, y en este mismo tenor monoteísta
irá detallando Su Obra para cada uno de los días de la Creación. Pero, al
llegar al sexto día, los que han sabido leer se han ido de espaldas ante
Génesis 1:26. Pareciera que el monoteísta Moisés se hiciera contradecir por la
Omnisapiencia misma que confirma Su Identidad en la primera persona del plural:
“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio (gobierne) …sobre toda la tierra.” Y la clave está
en el concepto gobierne que se
refiere tanto a Dios como a su criatura, ya que tres son (no pudiendo ser ni
menos de tres ni más de tres) las funciones de todo gobierno, siendo estas legislativa, judicial y
ejecutiva. Tenemos un conjunto unidad. No es aritmética simple. Es aritmética
de conjuntos, y siendo Dios Trinitario, Trinitario es su sello, y la verdadera
ciencia es experimental, y al hallar esta verdad fundamental en cada hombre, y
en todos los hombres, hemos hallado la verdadera ciencia en la Sagrada
Escritura.
Todos tenemos una conciencia, y esa conciencia es tan real que no solo
muerde, sino que remuerde. Es imperativa en su exigir obediencia a su ley
inquebrantable. Voz del Padre que se enfrenta a otra persona, la del juez
corrupto y engañador que, con vicios propios, y hasta cierto punto personalísimos,
le dice: “solo una vez más y será la última”. Contra la voz de la conciencia,
un alcohólico (por ejemplo) miente, sabiendo que la copa que negocia con su
conciencia no será la última. El vicio va estableciendo contra la ley su propia
jurisprudencia, y llega el momento en que el conflicto se vuelve irremediable,
y lo que debió ser amor se divorció en odio: “ese se odia, odia hasta a sí
mismo,” oímos decir. Y el ejecutivo, recipiente por necesidad del legislador y
del juez, así como del mutuo rechazo entre ellos por la obcecación del juez
rebelde, se lanza al vacío, o se pega un tiro, o por los mismos vicios y otras
conductas antisociales se auto destruye.
Imposible negar esta realidad como la observamos; como la
experimentamos; como la usamos a favor o en contra de otros a quienes juzgamos,
bendecimos, aprobamos, o calumniamos. En el terreno más simple de la física su
fuerza es innegable. En el terreno de la biología observamos sus efectos,
benéficos o estresantes; sanadores o enfermantes. En el terreno de la
psicología vemos su operación por introspección. ¿Quieres la prueba de que tu
alma existe? ¡Ahí la tienes, en tres personas distintas con todas sus fuerzas! Y
aparecen en el Evangelio por la elección del amor que Es la Tercera Persona
Divina, el Espíritu Santo: “Jesús
respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo
amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él. (Juan 14:23) También
están allí, de manera explícita, las postrimerías. La antesala del Cielo por el
amor y la armonía, y la antesala del infierno de la conciencia que lleva a
comer el pan con amargura. Hemos encontrado una columna de fuerzas reales,
desde las más simples de la física subiendo por la biología hacia la
psicología, al alma, a la religión, a la eternidad elegida, ya sea por el amor
o por el odio en la aceptación o rechazo de La Ley de Dios.
Las matemáticas y el Evangelio
Dos franceses nos permiten retomar con su ciencia la teología. Los dos
fueron contemporáneos. Blas Pascal (1623-1662)
en una frase define a esa tercera persona de nuestra alma al decir que: “el
corazón tiene razones que la razón desconoce”. Ese tener razones propias, además
de las concordantes con el legislador consciencia, o con el juez bribón con
quien nos identificamos más profundamente, pero diferente de ellos, nos dice
que es en él, en el corazón, donde radica la tercera persona: es el poder ejecutivo,
nuestra voluntad. Nos habla con corazonadas inexplicables, y reside en él lo
más misterioso y poderoso de nuestro querer. Su conocimiento aclara muchos
misterios de nuestra conducta cuya racionalidad nos escapa. Podemos
enamorarnos y sorprendernos ante una atracción que los demás no comparten; o
bien llegamos a aborrecer a otro a un grado inexplicable para nosotros mismos. Sus
operaciones nos impulsan a lo más trascendental, y atribuimos a sus fallas la
pusilanimidad. Por contraste, a un rey su apodo de Corazón de León lo afamó por
encima de los demás reyes de su época. El otro francés fue Renato Descartes (1596-1650) a quién debemos la geometría analítica. Su sistema, puramente
matemático pareciera intrascendente hasta que lo aplicamos en el contexto de la
teología. Una sola línea, a la luz del
gran Misterio Trinitario como la teología lo ha expresado desde la patrística,
nos habla de “la procesión de las Tres Divinas Personas”, haciendo la salvedad
de un misterio implícito, y en su plenitud incomprehensible para la mente
humana, dicha Procesión se da por la vía del entendimiento: “El Padre se conoce
en Su Perfección, y al ver en Sí Mismo a Su Hijo lo ama, y le entrega todo con
todo Su Amor (dispuesto, diríamos humanamente, a quedarse Él mismo sin nada con
tal que su hijo lo tenga todo.) Veámoslo venir entregando su infinito en la
última etapa de -5, -4, -3, -2, -1, 0; para que Su Hijo lo reciba todo en un
incremento de 1, 2, 3, 4, 5… hasta el infinito. Para un mejor entendimiento no
hay como las revelaciones privadas cuando hacen teología sólida, y en este
punto, en los escritos de Concepción Cabrera de Armida encontramos que Jesús le
revela: “Mira Conchita, si Yo no hubiera resultado tan buen Hijo, no existiría
nada de cuanto existe” haciendo referencia a Su absoluta negación de Sí mismo
en su devolverse al Padre junto con todo el infinito recibido (desde la derecha
hasta cero) como diciéndole al Padre: “¿Yo con todo y Tú sin nada? ¡Tuyo Soy
con todo lo que Tú me has dado!
Si
nos fijamos, esto es, precisamente, lo que lleva a cabo el Verbo Eterno como
Hombre. En lucha permanente contra los hipócritas, y notable por ello ante todo
Israel y ante la historia, Aquel que lo mismo caminaba sobre las aguas que
acallaba las tempestades, sanaba a los enfermos, devolvía la vista a los
ciegos, y volvía la vida a los muertos, iba a realizar el milagro más
extraordinario con la resurrección de Lázaro, un cadáver en hedionda
descomposición. El Evangelio nos refiere como se espera para llegar lo
suficientemente tarde para ello. Cuando oyó, pues, que Lázaro estaba
enfermo, entonces se quedó dos días más en el lugar donde estaba. (Juan
11:6) Entonces Jesús, por eso, les dijo
claramente: Lázaro ha muerto; y por causa de vosotros me alegro de no
haber estado allí, para que creáis; pero vamos a donde está él. (Juan 11:14-15) Llegó, pues, Jesús y
halló que ya hacía cuatro días que estaba en el sepulcro. (Juan 11:17) Y Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Aun ahora, yo sé que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.
Marta le contestó: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.
Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees
esto? Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios, el que viene al mundo. (Juan 11:21-27) Entonces Jesús, de nuevo
profundamente conmovido en su interior, fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía
una piedra puesta sobre ella. Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, hermana del
que había muerto, le dijo: Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió.
Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces
quitaron la piedra. Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: Padre, te doy
gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije
por causa de la multitud que me rodea, para que crean que tú me has enviado.
Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había
muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en
un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo, y dejadlo ir. (Juan 11:38-44)
Este acontecimiento
glorioso no tenía precedente en toda la historia de un pueblo con una historia
cargada de milagros, “Entonces la gran
multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí; y vinieron
no sólo por causa de Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había
resucitado de entre los muertos. Pero los principales sacerdotes resolvieron
matar también a Lázaro; porque por causa de él muchos de los judíos se
apartaban y creían en Jesús. (Juan 12:9-11)
Su gloria ya era
incomparable, pero ahora iba a realizar como Hombre lo mismo que eternamente
llevaba a cabo como Dios: Y cuando todo haya
sido sometido a El, entonces también el Hijo mismo se
sujetará a aquel que sujetó a El todas las cosas, para que Dios sea todo en
todos. (1Co 15:28) Esta vez lo haría llevándonos a todos en Su
Sacrificio Redentor al Padre, un pesado bagaje de dolor y humillaciones. Se
entregó para ser traicionado, amarrado, desnudado, flagelado, coronado como Rey
de Burlas con una corona de espinas, cargado con un madero y clavado en una
cruz entre dos ladrones. Nos daría a Su propia Madre para que fuera Madre
Nuestra, y Su Cuerpo y Su Sangre, tan reales y gloriosas como la Hostia
Consagrada descrita a futuro en el sexto capítulo de San Juan. Cuerpo y Sangre
resucitados, no de nuestra materialidad, de ahí su diferencia y misterio. Su
grito angustioso desde la cruz: “Dios
mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo
22:1; Mateo 27:46; Marcos 15:34) nos habla de su llegada a cero en nuestra
gráfica. Se ha quedado a tal grado sin nada, que ya no se siente digno del
Padre al que ya nada le queda por ofrecer como no sea su sensación de abandono.
Recordemos que, aun humanamente, todo juez es hijo del legislador en cuanto que
adquiere su existencia de juez al recibir la ley. De esta manera, el Verbo
Eterno como Eterno Juez hace de hecho un solo juicio, pero en ese juicio están
comprendidos todos los juicios posibles y concebibles. Ese Juicio es su retorno
absoluto e incondicional al Padre (1Cor 15:28) en Su Ley Eterna.
Las Tres Divinas
Personas llevan a cabo las tres funciones legislativa, judicial y ejecutiva.
Obviamente, el Padre ha juzgado la perfección de la Ley que promulga, y la
ejecuta haciéndola valer como vemos en la conciencia humana desde la cual
ofrece la salvación o la condenación de manera inflexible y soberana. En el
Verbo, Eterno Juez, opera el equivalente de la jurisprudencia que se refiere a
la aplicación de la Ley del Padre a todos los casos posibles; y si duda usted
de que el poder judicial ejecuta sentencias, dese una vuelta por los juzgados.
El Poder Ejecutivo es el Espíritu Santo. Humanamente lo referimos al
presidente, al gobernador, al presidente municipal. Cumple con la aplicación de
la ley y de la jurisprudencia. Establece políticas y decretos y moviliza todo,
absolutamente todo. Es el único poder que exige ser individual para poder
funcionar y hacerlo con prontitud mientras que las cámaras y las cortes pueden
trenzarse en disputas. Como todo va referido a Su origen omnipotente, al Padre;
las Persona del Hijo, y la Persona del Espíritu Santo se ven replicadas como
ejes: El Hijo en la vertical. Es la Cruz. Es mucho más que su símbolo o Su
Bandera. Es Su Esencia misma dentro del misterio Trinitario. Los juicios
individuales de los hombres pasan por la misma Cruz, cumpliendo como el hijo
con el Padre Eterno, o fracasando para siempre: “El que quiera venir en pos de
Mí, niéguese a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.” El Juez Eterno está
listo para recibir la entrega de sus criaturas por amor, debiendo subir por la
vertical de la renuncia hasta la santidad exigida.
En la reciente obra de
Sungenis, “The Principle”, dos físicos de fama, Michio Kaku de origen japonés,
y Lawrence Krauss de reticencias talmúdicas presentan un verdadero galimatías: Resulta
ser que “nada” lo es casi todo. Sólo si entiendes “nada, lo entiendes todo.
Algo que sólo se puede entender con nuestro análisis cartesiano. Basta con
quitar el cero, y entonces sí que, al cancelarse uno con menos uno, dos con
menos dos… ¡o reponemos el cero, o en verdad que todo desaparece! Todo
encuentra respuesta. La tierra está levemente achatada por los polos, levemente
más pequeña es la Cruz, 1/230 aproximadamente, cumpliendo con el Evangelio: “El
Padre es mayor que Yo”.
Ese cero representa al
Espíritu Santo. Lo hemos visto en la entrega total del Padre y en la misma
respuesta total del Hijo. Es el centro del misterio de la Cruz, nuestro paso
para entender como es solo dando que recibimos, y el dolor conduce a la gloria,
y rechazar el dolor, como se da en la entrega al sexo y a las drogas, conduce
irremisiblemente al infierno.
Hemos hablado del
Espíritu Santo como El Ejecutivo. Siendo Dios trinitario, trinitario es su
sello, y la esfera es la figura perfecta. Platón habla de ello en el Timeo, que
decir ahora que telescopios y sondas nos revelan esferas, solo esferas. Los
antiguos representaban a la Santísima Trinidad por el triángulo equilátero.
Descartes no había nacido para darnos por los tres ejes con ventaja lo mismo.
La economía es trinitaria, lo es la contabilidad, lo es la astrofísica, la
lógica con sus premisas mayor, menor y conclusión, las ecuaciones son
tripartitas por el igual dominante para equiparar la balanza. La Santísima
Trinidad rige al universo. Adoremos al Dios Uno y Trino.