martes, 27 de junio de 2017

LA INCOMPARABLE CIENCIA DE GÉNESIS


Por Luis de Guerrero Osio y Rivas

De la sabiduría ancestral, no hay refrán más famoso que el que dice que el principio es la mitad del todo. Se atribuye a Pitágoras, seiscientos antes de Cristo. Es retomado por Platón tres siglos después, y es ampliado por su discípulo, Aristóteles, para decirnos que el principio es más que la mitad del todo. Y nosotros lo comprobamos con facilidad al resolver toda la ciencia por medio del libro de GÉNESIS que se traduce así: ORÍGENES.

Moisés comienza en Génesis 1:1 el currículum del Omnipotente diciéndonos que, “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”, y en este mismo tenor monoteísta irá detallando Su Obra para cada uno de los días de la Creación. Pero, al llegar al sexto día, los que han sabido leer se han ido de espaldas ante Génesis 1:26. Pareciera que el monoteísta Moisés se hiciera contradecir por la Omnisapiencia misma que confirma Su Identidad en la primera persona del plural: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio (gobierne) …sobre toda la tierra. Y la clave está en el concepto gobierne que se refiere tanto a Dios como a su criatura, ya que tres son (no pudiendo ser ni menos de tres ni más de tres) las funciones de todo gobierno, siendo estas legislativa, judicial y ejecutiva. Tenemos un conjunto unidad. No es aritmética simple. Es aritmética de conjuntos, y siendo Dios Trinitario, Trinitario es su sello, y la verdadera ciencia es experimental, y al hallar esta verdad fundamental en cada hombre, y en todos los hombres, hemos hallado la verdadera ciencia en la Sagrada Escritura.

Todos tenemos una conciencia, y esa conciencia es tan real que no solo muerde, sino que remuerde. Es imperativa en su exigir obediencia a su ley inquebrantable. Voz del Padre que se enfrenta a otra persona, la del juez corrupto y engañador que, con vicios propios, y hasta cierto punto personalísimos, le dice: “solo una vez más y será la última”. Contra la voz de la conciencia, un alcohólico (por ejemplo) miente, sabiendo que la copa que negocia con su conciencia no será la última. El vicio va estableciendo contra la ley su propia jurisprudencia, y llega el momento en que el conflicto se vuelve irremediable, y lo que debió ser amor se divorció en odio: “ese se odia, odia hasta a sí mismo,” oímos decir. Y el ejecutivo, recipiente por necesidad del legislador y del juez, así como del mutuo rechazo entre ellos por la obcecación del juez rebelde, se lanza al vacío, o se pega un tiro, o por los mismos vicios y otras conductas antisociales se auto destruye.

Imposible negar esta realidad como la observamos; como la experimentamos; como la usamos a favor o en contra de otros a quienes juzgamos, bendecimos, aprobamos, o calumniamos. En el terreno más simple de la física su fuerza es innegable. En el terreno de la biología observamos sus efectos, benéficos o estresantes; sanadores o enfermantes. En el terreno de la psicología vemos su operación por introspección. ¿Quieres la prueba de que tu alma existe? ¡Ahí la tienes, en tres personas distintas con todas sus fuerzas! Y aparecen en el Evangelio por la elección del amor que Es la Tercera Persona Divina, el Espíritu Santo: “Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos nuestra morada en él.  (Juan 14:23) También están allí, de manera explícita, las postrimerías. La antesala del Cielo por el amor y la armonía, y la antesala del infierno de la conciencia que lleva a comer el pan con amargura. Hemos encontrado una columna de fuerzas reales, desde las más simples de la física subiendo por la biología hacia la psicología, al alma, a la religión, a la eternidad elegida, ya sea por el amor o por el odio en la aceptación o rechazo de La Ley de Dios.

Las matemáticas y el Evangelio

Dos franceses nos permiten retomar con su ciencia la teología. Los dos fueron contemporáneos. Blas Pascal (1623-1662) en una frase define a esa tercera persona de nuestra alma al decir que: “el corazón tiene razones que la razón desconoce”. Ese tener razones propias, además de las concordantes con el legislador consciencia, o con el juez bribón con quien nos identificamos más profundamente, pero diferente de ellos, nos dice que es en él, en el corazón, donde radica la tercera persona: es el poder ejecutivo, nuestra voluntad. Nos habla con corazonadas inexplicables, y reside en él lo más misterioso y poderoso de nuestro querer. Su conocimiento aclara muchos misterios de nuestra conducta cuya racionalidad nos escapa. Podemos enamorarnos y sorprendernos ante una atracción que los demás no comparten; o bien llegamos a aborrecer a otro a un grado inexplicable para nosotros mismos. Sus operaciones nos impulsan a lo más trascendental, y atribuimos a sus fallas la pusilanimidad. Por contraste, a un rey su apodo de Corazón de León lo afamó por encima de los demás reyes de su época. El otro francés fue Renato Descartes (1596-1650) a quién debemos la geometría analítica. Su sistema, puramente matemático pareciera intrascendente hasta que lo aplicamos en el contexto de la teología.  Una sola línea, a la luz del gran Misterio Trinitario como la teología lo ha expresado desde la patrística, nos habla de “la procesión de las Tres Divinas Personas”, haciendo la salvedad de un misterio implícito, y en su plenitud incomprehensible para la mente humana, dicha Procesión se da por la vía del entendimiento: “El Padre se conoce en Su Perfección, y al ver en Sí Mismo a Su Hijo lo ama, y le entrega todo con todo Su Amor (dispuesto, diríamos humanamente, a quedarse Él mismo sin nada con tal que su hijo lo tenga todo.) Veámoslo venir entregando su infinito en la última etapa de -5, -4, -3, -2, -1, 0; para que Su Hijo lo reciba todo en un incremento de 1, 2, 3, 4, 5… hasta el infinito. Para un mejor entendimiento no hay como las revelaciones privadas cuando hacen teología sólida, y en este punto, en los escritos de Concepción Cabrera de Armida encontramos que Jesús le revela: “Mira Conchita, si Yo no hubiera resultado tan buen Hijo, no existiría nada de cuanto existe” haciendo referencia a Su absoluta negación de Sí mismo en su devolverse al Padre junto con todo el infinito recibido (desde la derecha hasta cero) como diciéndole al Padre: “¿Yo con todo y Tú sin nada? ¡Tuyo Soy con todo lo que Tú me has dado!

Si nos fijamos, esto es, precisamente, lo que lleva a cabo el Verbo Eterno como Hombre. En lucha permanente contra los hipócritas, y notable por ello ante todo Israel y ante la historia, Aquel que lo mismo caminaba sobre las aguas que acallaba las tempestades, sanaba a los enfermos, devolvía la vista a los ciegos, y volvía la vida a los muertos, iba a realizar el milagro más extraordinario con la resurrección de Lázaro, un cadáver en hedionda descomposición. El Evangelio nos refiere como se espera para llegar lo suficientemente tarde para ello. Cuando oyó, pues, que Lázaro estaba enfermo, entonces se quedó dos días más en el lugar donde estaba. (Juan 11:6) Entonces Jesús, por eso, les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y por causa de vosotros me alegro de no haber estado allí, para que creáis; pero vamos a donde está él.  (Juan 11:14-15) Llegó, pues, Jesús y halló que ya hacía cuatro días que estaba en el sepulcro.  (Juan 11:17) Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Aun ahora, yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le contestó: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.  Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?  Ella le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo.  (Juan 11:21-27) Entonces Jesús, de nuevo profundamente conmovido en su interior, fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta sobre ella. Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, hermana del que había muerto, le dijo: Señor, ya hiede, porque hace cuatro días que murió. Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra. Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo: Padre, te doy gracias porque me has oído.  Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que me rodea, para que crean que tú me has enviado. Habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo, y dejadlo ir.  (Juan 11:38-44)
Este acontecimiento glorioso no tenía precedente en toda la historia de un pueblo con una historia cargada de milagros, “Entonces la gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí; y vinieron no sólo por causa de Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Pero los principales sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro; porque por causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús.  (Juan 12:9-11)
Su gloria ya era incomparable, pero ahora iba a realizar como Hombre lo mismo que eternamente llevaba a cabo como Dios: Y cuando todo haya sido sometido a El, entonces también el Hijo mismo se sujetará a aquel que sujetó a El todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.  (1Co 15:28) Esta vez lo haría llevándonos a todos en Su Sacrificio Redentor al Padre, un pesado bagaje de dolor y humillaciones. Se entregó para ser traicionado, amarrado, desnudado, flagelado, coronado como Rey de Burlas con una corona de espinas, cargado con un madero y clavado en una cruz entre dos ladrones. Nos daría a Su propia Madre para que fuera Madre Nuestra, y Su Cuerpo y Su Sangre, tan reales y gloriosas como la Hostia Consagrada descrita a futuro en el sexto capítulo de San Juan. Cuerpo y Sangre resucitados, no de nuestra materialidad, de ahí su diferencia y misterio. Su grito angustioso desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 22:1; Mateo 27:46; Marcos 15:34) nos habla de su llegada a cero en nuestra gráfica. Se ha quedado a tal grado sin nada, que ya no se siente digno del Padre al que ya nada le queda por ofrecer como no sea su sensación de abandono. Recordemos que, aun humanamente, todo juez es hijo del legislador en cuanto que adquiere su existencia de juez al recibir la ley. De esta manera, el Verbo Eterno como Eterno Juez hace de hecho un solo juicio, pero en ese juicio están comprendidos todos los juicios posibles y concebibles. Ese Juicio es su retorno absoluto e incondicional al Padre (1Cor 15:28) en Su Ley Eterna.
Las Tres Divinas Personas llevan a cabo las tres funciones legislativa, judicial y ejecutiva. Obviamente, el Padre ha juzgado la perfección de la Ley que promulga, y la ejecuta haciéndola valer como vemos en la conciencia humana desde la cual ofrece la salvación o la condenación de manera inflexible y soberana. En el Verbo, Eterno Juez, opera el equivalente de la jurisprudencia que se refiere a la aplicación de la Ley del Padre a todos los casos posibles; y si duda usted de que el poder judicial ejecuta sentencias, dese una vuelta por los juzgados. El Poder Ejecutivo es el Espíritu Santo. Humanamente lo referimos al presidente, al gobernador, al presidente municipal. Cumple con la aplicación de la ley y de la jurisprudencia. Establece políticas y decretos y moviliza todo, absolutamente todo. Es el único poder que exige ser individual para poder funcionar y hacerlo con prontitud mientras que las cámaras y las cortes pueden trenzarse en disputas. Como todo va referido a Su origen omnipotente, al Padre; las Persona del Hijo, y la Persona del Espíritu Santo se ven replicadas como ejes: El Hijo en la vertical. Es la Cruz. Es mucho más que su símbolo o Su Bandera. Es Su Esencia misma dentro del misterio Trinitario. Los juicios individuales de los hombres pasan por la misma Cruz, cumpliendo como el hijo con el Padre Eterno, o fracasando para siempre: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, que tome su cruz y que me siga.” El Juez Eterno está listo para recibir la entrega de sus criaturas por amor, debiendo subir por la vertical de la renuncia hasta la santidad exigida.

En la reciente obra de Sungenis, “The Principle”, dos físicos de fama, Michio Kaku de origen japonés, y Lawrence Krauss de reticencias talmúdicas presentan un verdadero galimatías: Resulta ser que “nada” lo es casi todo. Sólo si entiendes “nada, lo entiendes todo. Algo que sólo se puede entender con nuestro análisis cartesiano. Basta con quitar el cero, y entonces sí que, al cancelarse uno con menos uno, dos con menos dos… ¡o reponemos el cero, o en verdad que todo desaparece! Todo encuentra respuesta. La tierra está levemente achatada por los polos, levemente más pequeña es la Cruz, 1/230 aproximadamente, cumpliendo con el Evangelio: “El Padre es mayor que Yo”.
Ese cero representa al Espíritu Santo. Lo hemos visto en la entrega total del Padre y en la misma respuesta total del Hijo. Es el centro del misterio de la Cruz, nuestro paso para entender como es solo dando que recibimos, y el dolor conduce a la gloria, y rechazar el dolor, como se da en la entrega al sexo y a las drogas, conduce irremisiblemente al infierno.
Hemos hablado del Espíritu Santo como El Ejecutivo. Siendo Dios trinitario, trinitario es su sello, y la esfera es la figura perfecta. Platón habla de ello en el Timeo, que decir ahora que telescopios y sondas nos revelan esferas, solo esferas. Los antiguos representaban a la Santísima Trinidad por el triángulo equilátero. Descartes no había nacido para darnos por los tres ejes con ventaja lo mismo. La economía es trinitaria, lo es la contabilidad, lo es la astrofísica, la lógica con sus premisas mayor, menor y conclusión, las ecuaciones son tripartitas por el igual dominante para equiparar la balanza. La Santísima Trinidad rige al universo. Adoremos al Dios Uno y Trino.